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CIUDADANOS AQUÍ Y AHORA. Mitos y retos de jóvenes y política

Gabriela Lajo Morgan y Julio César Mateus Borea


Hacia fines de 2004 un grupo de estudiantes de distintas universidades convertimos la clásica tonada de “hagamos algo por el país”, en una canción que se llama Proyecto Coherencia. Hoy, más de 45 la seguimos interpretando y queremos compartirla con otros jóvenes entusiastas que, como nosotros, sueñan con hacer del Perú un lugar más coherente.

El mito del joven ingenuo y la política-ogro

Una tarea comprensiva de nuestra realidad como jóvenes implica, casi como obligación, desentrañar algunos mitos sobre nosotros. Ideas que han devenido en arraigados prejuicios sociales y que forman parte del imaginario y el discurso de los medios de comunicación, presa de ese obseso afán por generalizar y agrupar para ordenar el caos:

“Los jóvenes”.- El primero de todos los mitos es hablar de jóvenes como una masa monocorde y articulada. Ni siquiera para fines de segmentación de mercado, “los jóvenes” representamos un sector social definido. Más allá de la cronología compartida, los rasgos que nos unen son tantos como los que unen a otros grupos etáreos. Si un rasgo de juventud es “preocuparse por su futuro”, ¿el de nuestros abuelos sería “preocuparse por su pasado”? Si otro rasgo es que los jóvenes vivimos en la incertidumbre, ¿nuestros padres, que pasados los 50 años tampoco podrían asegurar que nadie los echará de sus trabajos, viven un panorama de certidumbre y sosiego? En conclusión, ¿habrá un rasgo indiscutible que nos defina como grupo? Quizá la vitalidad, la frescura y el emprendedurismo, características frecuentemente atribuidas a nuestro “segmento”, puedan perderse en la ambigüedad.

“Los jóvenes odian la política”.- El segundo mito es del odio visceral que, dicen, “los jóvenes” sentimos por la política. Lo afirman quienes en los 60s y 70s –o sea, nuestros padres- vivían las circunstancias de un mundo bipolar, sin globalización ni tecnología digital. ¿No será entonces esta frase una premisa castigadora que heredamos?, ¿no será su desencanto el que ha construido nuestro presumible odio?, ¿qué tanto auténtico puede ser el odio hacia lo ajeno? Pecaríamos de mitómanos si desmintiéramos que un amplio porcentaje de jóvenes se siente ajeno o desinteresado en la política. Según una encuesta de Proyecto Coherencia y el Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima, el porcentaje de universitarios, que creen que la política es poco o nada importante para sus vida bordea el 57%, mientras que el 81% la considera importante o muy importante para el país (menudo desencuentro). (Proyecto Coherencia, 2006, p.47).

“Los jóvenes son el futuro del país”.- Está demás recalar en la ofensa que este tercer mito representa. Como sostuvimos antes, “(los jóvenes) votamos desde los 18, lo que nos permite (y exige) una participación natural en la vida política; sin embargo, hacernos partícipes de la discusión es una tarea casi inadvertida. (...) Creemos que es necesario generar espacios juveniles de participación política efectiva que garanticen que no sólo seremos vistos como potenciales votos a favor, sino como artífices de cambios reales en nuestro país” (Proyecto Coherencia, 2006, p.55).

La universidad es siempre pública

El limitado entendimiento de muchos jóvenes en materia política es consecuencia directa de una educación excluyente de conceptos como “democracia” y “gobernabilidad”, que en otras realidades son parte del aprendizaje cotidiano desde la escuela. En el Perú, algunas universidades ofrecen cursos de “realidad nacional” o “cultura política” como un aporte importante, pero desfasado. ¿No podría el currículo escolar, por ejemplo, incluir nociones como “Ciudadanía” o “Estructura del Estado”? ¿Hay que ser muy grandes para saber que hay un libro que se llama Constitución? De lo contrario, aquellos que no tienen el privilegio de acceder a la educación superior seguirán condenados a jamás comprender qué diablos es la política, y la ligarán al Congreso, al Presidente y a las formas de representación formales, pero no al día a día. Respetar un semáforo es ejercer una responsabilidad ciudadana y, en consecuencia, una respuesta concreta a la necesidad política de vivir en sociedad.

Nosotros somos privilegiados. Nuestro gusto por la política no está en los genes sino en la formación recibida (la “formal” -en el colegio y la universidad- y la “no formal” –familia y amigos). Encontramos aquí una característica que nos une: hacemos política con otros universitarios porque reconocemos, en nuestra suerte, una responsabilidad con el país y con nosotros mismos. Fue, en esa coincidencia que formamos Proyecto Coherencia. Quienes empatamos en este esfuerzo pensamos que “los estudiantes en formación deberíamos estar preparados no sólo para plantear soluciones específicas para problemas relacionados con nuestra carrera, sino también para tener la capacidad de pensar en un contexto social amplio y plantear propuestas que contribuyan a solucionar los problemas del país y promuevan su desarrollo”. (Proyecto Coherencia, 2006, p. 53).

Sólo la creatividad salvará a los jóvenes.

Lo cierto es que los discursos y las formas han cambiado irremediablemente. Somos los jóvenes los actores de un mundo que se discute por Internet, no en la plaza, y se ve en la televisión, no en el libro. Eso implica grandes cambios en los modos de hacer política, sin duda.

Cuando los jóvenes que formamos Proyecto Coherencia diseñamos el ciclo de debates presidenciales, nuestra primera actividad pública, sólo pensábamos la manera en que la política podía ser más atractiva para nuestros pares. Más de 100 universitarios estuvimos metidos en la organización y 13 candidatos y representantes de diferentes partidos políticos se dieron cita en las 4 universidades que albergaron el evento (San Marcos, Lima, Católica y Pacífico). En ese año preelectoral se acababa de terminar el Campeonato Mundial de Fútbol, y pensamos en ese deporte como nuestro aliado. El título de la serie de foros fue “La política en nuestra cancha” y en el afiche aparecía una gran pelota. El fútbol y la política fueron nuestro emblema, y el éxito de esta actividad, expresada en la cantidad de universitarios movilizados, nos hizo aprender que cada vez que pensáramos en política, debíamos asociarla a un discurso renovado, irreverente y motivador. Nuestra experiencia organizacional nos plantea a diario el reto de ampliar la política de saco y corbata a una en polos y jeans.

Otro de nuestros productos fue Lupa 180: un weblog que nos permitía vigilar cada una de las 30 ofertas electorales que el partido de gobierno había incluido en su Plan de Acción Inmediata (promesas que debían ser cumplidas en los primeros 180 días de gobierno). La idea era simple: revisar el diario oficial para dar seguimiento a cada una de las promesas y actualizar un semáforo de cumplimiento: la luz verde significaba “sí cumplió”, la ámbar “si estaba en algo” y la roja si estaba “en nada”. Varios medios de comunicación publicaron nuestros informes (y adoptaron, en adelante, la propuesta de los semáforos para medir cualquier cosa). El balance final fue que sólo el 13% de las ofertas fueron cumplidas (desde luego a esas alturas ni ellos mismos las recordaban porque “eran cosa de la campaña”). El Presidente del gabinete, luego del informe, señaló: "¿Con qué criterio se puede medir si es 14, 15, 20 o el 100 por ciento lo avanzado? Eso es una cosa antojadiza, imagino realizada con baja responsabilidad” (Perú.21). Un weblog gratuito alojado en nuestra página y tres luces de colores fueron una forma efectiva de hacer política.

Mientras escribimos estas líneas, preparamos nuestro próximo proyecto: un ciclo interuniversitario de Cine y Política. ¿Qué tienen que ver una cosa con la otra? Nos gusta el cine, como a muchos jóvenes, y la política, como a pocos. Entonces, podemos usar el cine para atraer a esos muchos (es una excusa tan rara como la de la pelota de fútbol). La idea es revalorar al “sétimo arte” como un instrumento de reflexión y discusión política. Verlo de una manera distinta y rescatar su potencial pedagógico. Esto para generar una lectura más crítica y comprensiva.

El futuro

Proyecto Coherencia es parte de nuestras vidas desde hace más de 2 años, pero no hay cuenta regresiva. No queremos que sea un “fue bonito mientras duró”. Sentimos que nos hemos embarcado en un proyecto político a largo plazo y que, por ello, es indispensable fortalecer nuestra organización. Hacerla sólida y sostenible ha sido, desde el primer día, una preocupación. Hemos visto muchas ideas buenas perderse en la ambición de lo inmediato porque el ímpetu (comúnmente ligado a “los jóvenes”) es una amenaza constante, así como la volatilidad y la impaciencia del corto plazo. Estamos convencidos, entonces, de que cuando una meta es ambiciosa, requiere de procesos que no duran 7 días y de saber valorar otros esfuerzos: No empezamos de cero y no hemos descubierto la pólvora.

Queremos dejar de imaginar un país coherente para empezar a vivirlo. El reto ya empezó.


Referencias

Proyecto Coherencia. La política en nuestra cancha; cuaderno de reflexiones y debate. Lima, Ediciones Proyecto Coherencia, 2006. 60 pp.
Diario Perú.21. “Del Castillo no acepta críticas por los 180 días”. Edición del 29 de enero de 2007.

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