Cáritas Lima: Acciones solidarias en la lucha contra la Anemia

COMENTARIO PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Lecturas [1]

Is.7,10-14
Rom.1,1-7
Mat.1,18-24

Las lecturas del cuarto y último domingo de Adviento nos orientan ya de lleno hacia el misterio de  la Navidad. El texto del evangelio, que remite explícitamente a la primera lectura tomada de Isaías, y las primeras líneas de la carta los Romanos nos introducen en los títulos “cristológicos” con los que la primera comunidad cristiana nacida de la pascua reconoce a Jesús: Salvador, Emmanuel que significa Dios con nosotros, Hijo de Dios.

El evangelio de Mateo nos presenta el anuncio hecho a José, a diferencia de Lucas que lo refiere dirigido a María, de la concepción del Mesías: “es del Espíritu Santo”. Así también Pablo en la segunda lectura confiesa a Jesucristo “constituido Hijo de Dios según el Espíritu de santidad”. Que Jesús sea Mesías e Hijo de Dios es “obra del Espíritu Santo” y por lo mismo sólo se puede reconocer y confesar en el ámbito de la fe. No se trata de la constatación de un dato de la  historia, es revelación de Dios. Tanto en el relato de Mateo como en el de Lucas es un “ángel del Señor” el portador de esa noticia. El misterio de  Navidad invita así más a la contemplación y a la adoración que a la explicación y a la comprensión racional. José, que nos es presentado como “hijo de David”, un dato importante de las tradiciones sobre el mesías, es un hombre “justo”, resuelve dejarse llevar por lo que se le ha revelado de parte de Dios más que por su primera y comprensible reacción humana, “hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa”  De manera semejante a como María, en el evangelio de Lucas, decide acoger el anuncio sorprendente del ángel con su “hágase en mí según tu palabra”. María y José nos conducen bien en el camino hacia la fiesta de  navidad.

Nuestra tradición navideña del “Niño Manuelito” es una manera popular de referirse al “Emmanuel” anunciado por el profeta Isaías. Se vivían en aquella época tiempos de incertidumbre y temor por la amenaza de la guerra sirofenicia contra Jerusalén. La esperanza se concreta, no sin paradoja, en el nacimiento de un niño, al que se “le pondrá por nombre Emmanuel”.  La cercanía y la fuerza salvadora del “Dios con nosotros” se  manifiesta en la debilidad de un niño. Lo mismo acontece en lo revelado a José. Parece una constante en la historia de la salvación de Dios y de la esperanza humana que se apoya en Dios. El mismo Jesús comparó la presencia en la historia del reino de Dios con la más pequeña de las semillas (Mt.13,31-32). Frente a las promesas de salvación que con orgullo vocean los poderosos, la esperanza de Dios trajina la historia desde los sencillos y los pequeños, reclamando a su vez  colaboración y compromiso coherente. No deja de sorprenderme y desafiarme la actitud de mucha gente sencilla, abierta a la esperanza aún y precisamente en los momentos y situaciones más difíciles.

El Emmanuel de Isaías es para nosotros Jesús. En hebreo “Jehosua”, y significa “Yahve, Dios, salva”. A José –y de alguna manera a nosotros- se le dice: “le pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados”. A base de repetirlo hemos perdido el sentido de la trascendencia de esa expresión, hemos restringido el sentido de pecado a determinados comportamientos individuales, a determinadas transgresiones. El pecado esencialmente es negarse a acoger el amor de Dios y manifestarlo en el amor fraterno, se expresa en el egoísmo, la indiferencia  y el desentendimiento de los demás, lo que hace sufrir y quiebra la fraternidad, lo que en la práctica pretende negar que Dios está con nosotros. Siendo ese el significado esencial del pecado resulta muy importante reconocer que Jesús ha venido a “salvar a su pueblo”, no sólo a las personas aisladas en su individualidad, sino también en la trama social en la que nos negamos o nos construimos como “pueblo”.

Jesús de Nazaret, tanto en la fragilidad del niño nacido en Belén como en la consistencia de su práctica anunciadora del Reino de Dios, vivida con lúcida fidelidad y entrega hasta la cruz, es la revelación definitiva de “un Dios no sólo pensado e hipotético, sino del Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz”, como bien dijo Benedicto XVI en el Discurso de apertura de la reunión de los obispos latinoamericanos en Aparecida (2007). Jesús, en cuanto Emmanuel, nos revela hasta dónde puede llegar Dios –hacerse uno de nosotros- y hasta dónde debe llegar nuestro respeto a la dignidad y vocación de todo ser humano –hacerse y ser tratado como hijo de Dios. Jesús Emmanuel es criterio para la teología –cómo entender y hablar de Dios-,  pero también para la antropología –cómo entender y tratar prácticamente a los seres humanos. Una consecuencia aflora rápidamente en el discurso de Benedicto XVI y es recogida en el texto nº 392 de Aparecida: “Nuestra fe proclama que ‘Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre’. Por eso ‘la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”.

Celebrar la Navidad tiene sin duda un carácter festivo y de alegría, la de creer que el Dios del amor y de la vida está definitivamente cerca de nosotros, de todas las personas, de los pobres y de los que sufren. Pero significa reconocer que su presencia no tiene la fuerza de un “milagro”, manifestación de omnipotencia, es más bien un “misterio”, manifestación de un amor salvador, escondido y revelado, como el que reconocemos en el Niño de Belén. Creer y acoger el misterio de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, significa creerlo y vivirlo cada día, durante todos los días del año, en la solidaridad y en el servicio a las hijas y a los hijos de Dios, especialmente a quienes viven en situación de pobreza y marginación. Navidad no debe ser un paréntesis aislado de la complejidad de lo cotidiano, con sus incertidumbres, sus problemas y sus desafíos, sino un tiempo para renovar la fe, reavivar la esperanza y fortalecer el amor y la solidaridad. Emmanuel -Dios con nosotros-  es una clave para interpretar los signos de los tiempos y situarse en ellos. Dios entre nosotros, en medio de nosotros, y en la relación mutua entre nosotros le encontramos a Él.

Como sugerencia final les recomiendo concluir con la oración del Adviento “Ven, Señor Jesús…” completándola con las motivaciones y necesidades que después de esta reflexión nos parezcan más urgentes y necesarias.

Para que lo intentemos juntos, acompañándonos y ayudándonos, les deseo una FELIZ NAVIDAD y un FELIZ AÑO 2011.

Luis Fernando Crespo Tarrero

[1]  Es conveniente leer los Textos Bíblicos antes del comentario

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