¿Por qué no protestan los jóvenes?



Por Enrique Fernández-Maldonado Mujica, sociólogo de la PUCP

¿Qué factores explican la escasa participación política de los jóvenes en el Perú? ¿Por qué no protestan y “militan” activamente? Razones no faltan: la falta de oportunidades es abrumadora. Sin embargo, en los últimos años, salvo esporádicas coyunturas en las que la movilización social juvenil fue protagónica y determinante, la tendencia en la actualidad apunta a una profunda desafección por la política y lo político. Los partidos tradicionales han envejecido con sus militantes, los nuevos no encandilan a las masas. Los sindicatos siguen siendo minoritarios ante la ausencia de nuevos miembros. Y la democracia, como sistema de gobierno y organización social, pierde legitimidad a pasos acelerados.

Al respecto se han planteado algunas hipótesis. Una primera asocia este distanciamiento con la ausencia de referentes políticos –personalidades, organizaciones e ideas– con la potencia suficiente para motivar una mayor participación de los jóvenes. Otras recalan en el giro cultural operado con el neoliberalismo a fines del siglo pasado y la influencia del individualismo radical como ideología dominante. Una tercera está vinculada con la ausencia de un entorno habilitante para la acción política ciudadana, en contexto de pérdida de garantías y criminalización de la protesta.

Acá proponemos una mirada estructural como posible explicación. Sin negar la validez de las anteriores miradas, el problema radicaría –a nuestro entender– en las condiciones laborales en que se insertan los jóvenes al mercado de trabajo. De cada diez empleos adecuados, solo uno corresponde a trabajadores jóvenes. La situación de informalidad y subempleo, mayoritaria en los trabajadores de menor edad, confabula contra su capacidad (individual y colectiva) de integrarse a una organización política o social para influir sobre la cosa pública. En esta dificultad confluyen una serie de factores.

Los trabajadores –en general– tienden a priorizar la subsistencia diaria por sobre la organización política. En el caso de los independientes o autónomos (80% de los cuales son pobres), el día que no se trabaja no se come. Los asalariados, por su parte, buscarán preservar el empleo, pero el predominio de los contratos sin estabilidad (90% en el caso de los jóvenes) los inhibe de sindicalizarse. Si decidieran hacerlo y les tocara una empresa poco tolerante a la organización sindical, el destino inexorable es el despido arbitrario.

Al boicotear las posibilidades de sindicalización instalando la inestabilidad laboral, las posibilidades de acordar condiciones de empleo decente a través de la negociación colectiva, se reducen significativamente.

Condiciones precarias significan restricciones para la afiliación a un sindicato, asociación o partido político. Las largas jornadas de trabajo (a lo que se suman las horas destinadas al transporte) dejan poco espacio para la militancia activa. La realización de horas extras, inducidas por los bajos ingresos básicos, terminan implicando una mayor carga laboral para el trabajador.

Este panorama se registra desde hace décadas, pero el reciente contexto de pandemia agudizó las brechas y contradicciones. La lenta recuperación del empleo post Covid se asienta en el crecimiento del subempleo y del empleo informal. Se mantienen así las condiciones que limitarán la participación política de un sector importante de la población, cuya vitalidad es fundamental para impulsar y emprender procesos de reforma en diversos ámbitos. ¿A quiénes favorece esta situación?

Texto originalmente escrito para la revista Signos, edición septiembre 2023

Comentarios